El dolor nos acompaña a lo largo de nuestra vida, pero conviene que huyamos de los tópicos; ni tenemos que nacer necesariamente con dolor, ni tenemos que morir en medio del dolor.
El dolor es un sentimiento de pena, aflicción, congoja..., que invade y debilita nuestro estado de ánimo.
Conviene que sepamos identificar el dolor, no para resignarnos a su sufrimiento, sino para conseguir su superación.
En el ámbito de las relaciones humanas se pasa del amor al dolor con cierta facilidad. No es verdad que cuanto más grande sea el dolor, mayor es el amor que lo provoca. Un amor grande es
generoso, comprensivo, razonable, lleno de afecto y cariño hacia la persona amada, y ese amor, salvo cuando se termina, no debe producir dolor. Cuando un amor tan sentido se acaba, es lógico que
suframos su ausencia, pero lo haremos por un tiempo limitado, el que necesitamos para reponernos y volver a llenarnos del amor que llevamos dentro, de nuestro propio amor, que siempre nos seguirá
acompañando.
El problema surge cuando no hemos alimentado ese amor interior y profundo por nosotros mismos. Ese amor que nos sirve para querernos por encima de todo, para elevar nuestra autoestima y
protegernos ante el desamor que puede rodearnos. Cuando no sentimos amor por nosotros, entonces estamos en situación de auténtico desamparo, a merced de las circunstancias y las personas que nos
encontremos en nuestro camino.
Hay gente que se pasa la vida buscando desesperadamente de quién enamorarse; esas personas están siempre en el filo de la navaja, pendientes de un hilo que mueven los demás.
Cuando a alguien que dice querernos parece no importarle el dolor que nos produce esa relación, o lo justifica por las circunstancias, los cambios de humor, las dificultades que surgen..., esa
persona no nos quiere, en todo caso se quiere a sí misma, pero no ha aprendido a querer a los demás. En estos casos, lo mejor que podemos hacer es alejarnos cuanto antes, al menos alejarnos
afectivamente.
Cuando una persona no sabe vivir el amor, cuando no sabe amar desde el respeto y la aceptación de la otra persona, cuando no actúa desde la generosidad, antes de embarcarse en una relación
afectiva, que en algunos momentos provocará dolor, debería encauzar todas sus energías al aprendizaje del amor, y volcarse en esa vivencia de querer por encima de uno mismo a la otra
persona.
Desafortunadamente, no se piden diplomas o certificados que nos habiliten para el amor; no se exige ningún aprendizaje previo que garantice nuestro conocimiento profundo del amor; ninguna
evaluación que nos proteja de las personas que no saben amar. ¡Qué contradicción!, para lo que más dolor puede producir, paradójicamente, es para lo que no se pide preparación previa.
Con frecuencia tenemos un pensamiento catastrofista en relación al dolor; sin embargo, podríamos evitar gran parte del dolor y del sufrimiento que sentimos. En La inutilidad del sufrimiento
profundizamos en cómo evitar el sufrimiento inútil, ahora nos sumergiremos en cómo protegernos del dolor estéril.
Ciertas crisis pueden marcar nuestra existencia. A veces en nuestra vida hay un antes y un después de determinados hechos especialmente amargos o dolorosos. Ya hemos comentado que lo importante
de las crisis es extraer las enseñanzas que encierran, no hundirnos en el dolor que provocan. Las crisis en sí mismas no son necesariamente buenas, pero tampoco intrínsecamente negativas si las
vivimos desde la reflexión, desde el análisis de los errores que no debemos volver a cometer y desde la superación de ideas equivocadas. Si nosotros no permitimos que nos hundan emocionalmente,
no afectarán a nuestra seguridad ni a nuestra estabilidad personal.
Nos resultará apasionante adentrarnos en la superación de las crisis, en el control de nuestros estados emotivos, en el dominio de las situaciones que causan dolor.
Como siempre, recordemos que la mayoría de las veces la solución está dentro de nosotros mismos. Saldremos de ellas gracias a nuestra actuación, no a lo que hagan o dejen de hacer los
demás.
Vamos a comenzar nuestro particular entrenamiento aprendiendo a estar atentos a las primeras señales de alarma. Si cogemos un problema en sus fases iniciales, nos resultará más sencillo abordarlo
de forma adecuada y superarlo «con el menor dolor posible».