1. Dejas ir las cosas que te dañan
Aprender a dejar ir, centrarse en las cosas que realmente valen la pena y obviar aquellas que nos dañan o molestan, es una habilidad clave para tener éxito y, sobre todo, para alcanzar el equilibrio emocional. Sin embargo, también en una habilidad muy difícil de desarrollar. Por eso el simple hecho de aprender a reconocer a las personas toxicas y saber cómo lidiar con sus comportamiento, sin que generen culpa o ira, ya es un gran paso.
2. Aprendes de los errores.
Nadie es perfecto, nadie puede afirmar que nunca se ha equivocado. Por eso, despojarse del perfeccionismo y aceptar que los errores forman parte del camino y que incluso son valiosos, es un signo inequívoco de que has madurado. Cuando comprendemos las equivocaciones como oportunidades para crecer, cambia por completo nuestra perspectiva y podemos emprender proyectos más ambiciosos sin temor a quedarnos a mitad del camino.
3. Dejas de quejarte.
Las quejas suelen ser un agujero negro por el cual se escapa la energía porque no conducen a soluciones sino que tan solo generan un malestar aun mayor que nos hace ver el mundo bajo un prisma gris. Sin embargo, las personas más equilibradas y exitosas no tienen la costumbre de llorar sobre la leche derramada, se ponen inmediatamente manos a la obra e intentan darle la vuelta al problema. Si estas actuando más y quejándote menos, es porque estas creciendo emocionalmente.
4. Celebras el éxito de los demás.
Aplaudir el éxito de las personas es una señal de madurez, indica que no las envidias y que comprender que su éxito no significa que hayas fracasado. Ser capaces de reconocer el trabajo y el esfuerzo de los otros, en vez de lanzar criticas denigrantes, no solo contribuye a crear un buen clima sino que implica u cambio de actitud que te beneficiara.
5. Tus relaciones personales son menos conflictivas.
Erl mundo no es conflictivo, solo hay egos demasiado grandes que chocan entre si y dan lugar a conflictos que se podían haber evitado. Parte de la madurez significa dejar de ver las relaciones interpersonales como un campo de batalla en el que hay ganadores y vencidos. Cuando tus relaciones son más fluidas, logras trabajar mejor y te sientes más a gusto, es porque has madurado y has aprendido que es mejor tener paz que tener razón.
6. No temas pedir ayuda.
Pedir ayuda no significa ser débil. De hecho, es una señal de fortaleza y confianza en sí mismo. Ninguna persona ha podido crecer y tener éxito aislada, necesita de los demás. Pedir ayuda significa que has reconocido que no puedes lograr algunas cosas por ti solo y que eres suficientemente humilde como para reconocerlo y apoyarte en los demás.
7. Has alzado tus estándares.
A medida que maduramos, somos más conscientes de lo que queremos y de lo que no estamos dispuestos a permitir. Una persona madura es segura de sí y establece ciertos límites que los demás no deben traspasar. Por supuesto, no se trata de límites caprichosos sino de reglas que te permiten proteger tus derechos como persona y mantener tu equilibrio psicológico.
8. Has aprendido a abrirte emocionalmente.
Erl amor es arriesgado. Amar significa entregarse y por consiguiente, exponerse a que alguien nos dañe. Por eso, muchas personas temen comprometerse y se cierran cuando alguien se acerca. Sin embargo, cuando maduramos emocionalmente nos damos cuenta de que la mejor apuesta es abrir nuestro corazón. Es cierto que podemos ser rechazados o salir dañados pero habremos vivido, atesorado experiencias y conectado emocionalmente con alguien.
9. No te importa lo que piensen los demás.
Es obvio que la opinión de las personas que están a tu alrededor es importante, pero en cierto punto de la vida, estas deben convertirse solo en sugerencias, no en lineamientos que determinen tu vida. La madurez llega cuando eres capaz de convivir con los demás sin dejarte influenciar demasiado por las expectativas que tienen sobre ti, cuando logras encontrar tu lugar en el mundo, un lugar con el que te sientas a gusto y puedas realizarte.
10. Aceptas tus limitaciones y trabajas para mejorar.
La madurez emocional no implica desarrollar un positivismo ilusorio. La persona madura es consciente de sus limitaciones, sabe que hay muchas cosas que no puede cambiar o que están fuera de su alcance. Sin embargo, eso no lo deprime. Al contrario, le permite focalizarse en las situaciones sobre las cuales puede realmente incidir. De esta forma, es capaz de economizar sus fuerzas y usarlas allí donde realmente puede obtener frutos.