Una fábrica de mostruos educadísimos

Hoy me escribe un muchacho “estoy hasta las narices de la educación del palo y del miedo, para mí, la educación que carece de lo esencial no es educación, sino un sistema de esclavos. Si la educación, no sirve para ayudarnos a ser libres y personas felices, que se vaya a la quinta porra.
Con su aire de pataleta infantil, este muchacho tiene muchísima razón. Y es evidente que algo no funciona en esa educación que suele darse cuando tanta gente abomina de ella.


Hay en mi vida algo que difícilmente olvidare: En 1918 siendo yo casi un chiquillo, tuve la fortuna-desgracia de visitar el campo de concentración. Entonces a penas se hablaba de esos campos, que acababan de “descubrirse”. Ahora todos los hemos visto en mil películas de cine y televisión. Pero en aquellos tiempos un descubrimiento de esa categoría podía destrozar los nervios de un muchacho. Estuve efectivamente, varios días sin dormir. Pero más que todos aquellos horrores me impresiono algo que leí, escrito por una antigua residente del campo, maestra de escuela. Comentaba que las cámaras habían sido construidas por ingenieros especialistas. Que las inyecciones letales las ponían los médicos o enfermeros titulados. Que niños recién nacidos eran asfixiados por asistentes sanitarias competitísimas. Que mujeres y niños habían sido fusilados por gente con estudios, por doctores y licenciados “EDUCADISIMOS” y concluía: “Desde que me di cuenta de esto, sospecho de la educación que estamos impartiendo”.


Efectivamente hechos como los campos de concentración y otros muchos hechos que siguen produciéndose actualmente obligan a pensar que la educación no hace descender los grados de barbarie de la humanidad. “Que pueden existir monstruos EDUCADISIMOS”. Que un titulo, ni garantiza la felicidad del que lo posee, ni la piedad de sus actos. Que no es absolutamente cierto que el aumento del nivel cultural garantice un mayor equilibrio social o un clima más pacifico para las comunidades. Que no es verdad que la barbarie sea hermana gemela de la incultura. Que la cultura sin bondad puede generar otro tipo de monstruosidad más refinada, pero no por ello menos monstruosa. Y tal vez más.


No estoy con ello, defendiendo la incultura incitando a los muchachos a dejar sus estudios, diciendo que no pierdan el tiempo en una carrera; No, ¡Dios me libre ¡ pero si estoy diciéndoles que me sigue asombrando que en los años escolares uno enseñe a los niños y los jóvenes “ todo ” menos lo esencial; el arte de ser felices, la asignatura de amarse y respetarse los unos a los otros, la carrera de asumir el dolor y no tenerle miedo a la muerte; la milagrosa ciencia de conseguir una vida llena de vida.

 

No tengo nada contra las matemáticas ni contra el griego, pero qué maravilla si los profesores que trataron de meterme todo en la mollera, para que a estas alturas se me haya olvidado el noventa y nueve por ciento de lo que aprendí, me hubieran hablado también de sus vidas, de sus esperanzas. ¡Qué milagro si mis maestros hubieran abierto ante el niño que yo era, sus almas y no solo sus libros ¡


Me asombro hoy pensando que, salvo rarísimas excepciones, nunca supe nada de mis profesores, quienes eran ¡ cuáles eran sus ilusiones, sus fracasos, sus esperanzas ?


¡Jamás me abrieron sus almas ¡


Aquello “hubiera sido pérdida de tiempo”. Ellos tenían que explicarme los quebrados, que seguramente les parecían infinitamente más importantes.
Y así es como resulta que las cosas verdaderamente esenciales uno tiene que irlas aprendiendo de la experiencia, de la vida, casi como robadas.


Y yo ya sé que, al final “cada uno tiene que pagar el precio de su propio amor” (como decía un personaje de Diego Fabri)- las cosas esenciales son imposibles de enseñarse; porque han de aprenderse con las propias uñas, pero no hubiera sido malo que, al menos no nos hubieran querido meter en la cabeza que lo esencial era lo que nos enseñaban. De nada sirve tener un título de médico, de abogado, de cura, de ingeniero, de maestro (etc.…), si uno sigue siendo egoísta, si luego te quiebras ante el primer dolor, si eres esclavo del que dirán o de la obsesión por el prestigio, si crees que se puede caminar sobre el mundo pisando a los demás.


Al final siempre es lo mismo: al mundo le ha crecido la avaricia del progreso y de la ciencia intelectual; y sigue subdesarrollado su rostro moral y ético. La clave puede estar en esa educación que olvida lo esencial y que luego se maravilla cuando los muchachos la mandan a la quinta porra.



Original: VICTOR FRANK - Adaptación de JOSE LUIS MARTIN DESCALZO